domingo, 8 de abril de 2007

300 o “Esta noche cenaremos en el infierno”…así que a depilarse el pecho chicos.











300 (EEUU, 2007)
De Zack Snyder



Margot López

Una extraña controversia acompañó el estreno de la película 300, épica basada en el cómic de Frank Miller, a su vez inspirado en la guerra de las Termópilas entre espartanos y persas.
En la conferencia de prensa, la primera pregunta lanzada por un ávido reportero fue: “¿Quién representa a George Bush: Leónidas o Xerxes?”
Pues no será la primera vez que la crítica encuentre paralelismos entre un cómic y las posturas políticas de una época. Pero en este caso, les creo a los autores del filme cuando alegan que no había intención en ellos de generar un comentario alrededor de la guerra norteamericana contra el terrorismo, la reciente invasión a Irak, o incluso la posibilidad de que la administración de Bush inicie una ofensiva contra Irán.
El problema fundamental del filme no tiene que ver con posturas políticas, sino con una inusual torpeza en narrativa cinematográfica, particularmente para una producción avalada por un gran estudio como Warner Brothers, al cual la película le salió a precio de ganga gracias a la utilización de actores poco conocidos y a que todas las locaciones fueron creadas por computadora. Incluso el vestuario les salió barato porque se lo pidieron prestado a la producción de Roma, la miniserie de HBO.
Evidentemente también les salió a dos reales el director, guionista y editor, los cuales parecieran haberse conocido todos en un club de Rol, por el infantilismo con el que manejan la historia. Cinco minutos en la película, y ya la voz en off empezaba a irritarme, con esa insistente torpeza de tratar de explicar todo lo que no saben representar visualmente. Y aún con los interminables, innecesarios y grandilocuentes parlamentos, no logran aclarar en lo absoluto a qué se debe el conflicto en primer lugar. Si nunca hubiese leído sobre la guerra en cuestión, habría salido del cine convencida de que el combate se realizó entre un club de peluqueros con abdominales hiper-desarrollados y unos amanerados invasores asiáticos.
La batalla parece desarrollarse con el mismo esquematismo de un juego de video: Primero, ganas puntos por cada persa que matas. Cuando acabas con la primera oleada de soldados, pasas al siguiente nivel, el rinoceronte peludo. Luego vienen los elefantes pastosos, el gigante dientón y en el proceso, si logras tocarle el trasero a alguno de tus compañeros, te regalan una vida.
Así de esquemático se plantea el conflicto, porque incluso cuando Leónidas se llena la boca proclamando su lucha por la libertad, ¿ustedes realmente creen que el público promedio tiene la más remota idea de lo que está hablando? Después de todo, lo primero que nos dicen de los espartanos (los héroes en este caso), es que cualquier bebé que no fuese físicamente perfecto era “descartado”, y con eso no quiero decir que no lo consideraban para abanderado del desfile de fiestas patrias. Ergo, estamos hablando de una cultura profundamente fascista, cosa que recalca el filme cuando conocemos la historia del jorobado que sobrevive porque sus padres huyeron con él de Esparta antes de que lo mataran. Bueno, y qué decir de los orgullosos y perfectos cuerpos de los soldados espartanos. Su grito de guerra podría haber sido el slogan de Braniff en los años 70: “If you got it, flaunt it”, y de ahí la razón de luchar todas sus batallas en speedos y capas rojas.
En cuanto a la forma de percibir a los persas (actuales iraníes), hay que acotar que toda la película se narra desde el punto de vista de los espartanos, los cuáles no paran de decirnos lo perversos que son sus rivales, pero aparte de un elegante “árbol de empalados” que los persas construyen con los pobladores de una aldea, no hay otra escena que los muestre como más crueles que los propios espartanos (árbol de empalados –vs- montaña de cadáveres de recién nacidos = empate). Solo las palabras de estos últimos sirven de garantía en contra de los poderosos persas. Si vamos a juzgarlos por lo que el filme muestra, como mucho se les puede acusar de un mal trabajo de piercing.
Luego está el tema de la cámara lenta. Casi podría apostar que el equipo de post-producción terminó de editar la primera versión de 300 y se dieron cuenta de que solo duraba 45 minutos. Entonces para hacerla calificar como largometraje decidieron ralentizar todas las escenas sin diálogo para estirar un poco el asunto. Esto, entre otras cosas, genera escenas en donde inadvertidamente se empieza a construir una tensa anticipación que aterriza como clímax en un insulso diálogo de lo más trivial.
Al final, la película, más que una historia, parece una sucesión de hermosas estampitas de un homoerotismo softcore. La última escena en la que aparece el ejército espartano, en esa suerte de representación de San Sebastián multiplicado, no tiene pierde.
Probablemente ante esta falta de contenido es que la gente ha tratado de suplir su propia interpretación, haciendo un paralelismo con la administración Bush y su política hacia el mundo árabe. Es fácil querer ver a la derecha norteamericana retratada es ese insoportable triunfalismo que muestran los espartanos en 300, cosa que por cierto es una traición a la teoría aristotélica y a la falla trágica que todo héroe, como ser humano, debe sobrellevar. Estos irritantes espartanos nunca dudan, nunca temen y por supuesto nunca logran que nos identifiquemos con ellos.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me encantó el comentario. Me fue difícil soportar las marejadas de absurda testosterona de 300. Pero lo peor era oír los pregones en favor de la democracia y la libertad. Sobre todo si tomamos en cuenta que Esparta era una monarquía militar fascista y que en la Grecia de esa época más del 30 por ciento de la población eran esclavos y menos del 15 por ciento participaba del sistema democrático.

Poems from the Tropics dijo...

La película es, visualmente, estimulante. Sí, también el actor que intepreta Leónidas...Desde el punto de vista de contenido, creo que ha podido ser menos drámático y aún así conservar mucho del toque humano-emotivo.
Lili