domingo, 25 de marzo de 2007

La reinvención de Colón



Alberto Gualde


No es la primera vez que la ciudad de Colón es utilizada como marco literario por notables autores extranjeros. Basta recordar las aventuras de Frieda Copperfield con una joven prostituta colonense en Dos damas muy serias, de la norteamericana Jane Bowles. Pero Varamo (Anagrama, 2002) novela del argentino César Aira va mucho más lejos.
La obra narrativa de César Aira reclama a un lector cómplice. Para adherirse a su senda fabuladora hay que estar listo para internarse en una serie de rupturas que afectan todo tipo de convenciones, sean geográficas, intelectuales o literarias. En Varamo Aira ambienta su personalísimo mundo interior en la ciudad de Colón, precisamente durante 1923. De hecho toda la novela ocurre a lo largo de un solo día. Aira nos guiña un ojo literario haciendo referencia a novelas fundamentales que lo antecedieron (más específicamente Ulises de Joyce que transcurre a lo largo del célebre Bloomsday -16 de junio de 1904- ; o la estupenda Bajo el volcan de Malcolm Lowry en la que se narra el último día del atormentado y ebrio personaje autobiográfico del narrador inglés durante un Día de Muertos en México). Pero Aira escapa a la seriedad, profundidad, realismo y morbidez que permean las magníficas páginas de esas dos ilustres predecesoras.
Aira es un autor intensamente prolífico, proteico, fantasioso, inventivo. En sus incontables (y cortas) novelas no duda en hacer coexistir signos en apariencia irreconciliables. Permanece ajeno a la veracidad más superficial, mientras abraza todas las combinaciones que sugiere su capacidad fabuladora. De esta forma, en sucesivas invenciones, reinventa las coordenadas de Buenos Aires o de los Alpes (o de Colón) con total desfachatez.
Varamo, el protagonista absoluto de la obra, es un funcionario panameño mediocre y rígido, que un día, y de manera equidistante al prodigio, escribe la obra cumbre de la literatura vanguardista centroamericana. Aira desmenuza esas 24 horas y nos explica los factores que influyeron para que un hombre de costumbres austeras desarrollase una obra de cualidades extraordinarias, sin haber mostrado signos de interés literario, ni habilidades creativas, en ninguna parcela de su vida anterior a ese día.
Evidentemente, la ironía campea en las explicaciones de Aira. Pero no viene sola. Hay un barroco vívido que habita las líneas del autor argentino; un barroco cargado de humor, que llega a rozar el disparate y genera inevitables carcajadas en el lector cómplice. El fabulador argentino se complace jugando. Hay un reclamo lúdico que está por encima de todo. Estoy casi seguro que Aira jamás pisó Colón. Pero de alguna manera fue capaz de intuir a través de su vertiginosa capacidad de invención ciertas coordenadas colonenses, entre ellas, su “rivalidad” con la ciudad de Panamá (presentada en la novela no como factor económico sino político).
La novela transcurre en unas pocas calles (inventadas) de Colón y en la mente de un funcionario público aficionado a embalsamar animales pequeños. Al final, Varamo se trata de una historia no apta para adictos al realismo o lectores con fijaciones historicistas. Este es un Colón imaginado, pero no por ello menos poderoso y genuino que aquel enganchado a las raíces de la realidad. Una vez más la literatura se muestra capaz de reinventar la realidad o de responder a ella con fuerza insólita capaz de sostener un imaginario que roza la corrosión y el deliriro.
Y justamente gracias a esa poderosa inventiva, Colón guarda, expone y proyecta en las páginas de Varamo mucho de su misterio y de su poética hermandad con el mar.

(Nota: La imagen corresponde a la ciudad de Colón. Foto de Margot López)

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