viernes, 12 de octubre de 2007

Una cruda medicina


Eduardo Irving





Anthony Braxton es medicina para muchas cosas. Penicilina para la vanidad infectada, para la mediocridad hecha institución y aprobada por una inmensa mayoria de panameños enfrascados en quién escucha la peor música y quien lee los peores libros. Y la culpa es de nosotros. Nos dejamos llevar de manera perversa por personajes muy dudosos del medio periodístico y artístico que dizque saben (el típico ciego guiando ciegos), y entonces no somos curiosos, no investigamos por nosotros mismos qué sirve y qué no sirve, nos da pereza, no queremos gastar dinero y así seguimos siendo presa fácil de estos maleantes de la cultura. Braxton resuelve, te enfrenta a la verdad de golpe y ya todo queda claro. Nunca más te van a poner un plato de mierda enfrente y hacerte creer que es un delicioso arroz con pollo. La música de Braxton nutre los huesos, da ganas de vivir, por eso para mí Braxton es el cura actual, el pastor honesto que no está detrás de tu blosillo. Solo tienes que poner tus manos en dos producciones claves: Dortmund (Quartet-1976) y Basel (Quintet-1977) ambas del sello Hat Art.
En una era en donde los jazzistas todavían están tratando de tocar como Charlie Parker, Braxton asimila el bebop y va más allá, porque el bebop es música de los años 40´ y parte de los 50´ y en su momento fué antídoto contra grandes enfermedades de la mente, resultado de la segunda guerra mundial. Pero esto pasó. El bebop es moda ahora porque estamos medio siglo atrasados. Dicen que el artista está adelantado a su época pero es todo lo contrario, nosotros estamos atrasados a la era. Y los medios, como siempre, no ayudan. Los medios de mayor cobertura en vez de servir de guía le hacen el mandado a la industría con una serie de producciones que no representan una solución a la problemática actual. El New York Times, el Boston Globe, el Miami Herald, el Chicago Tribune; las mismas revistas “especializadas” como el Down Beat, Jazztimes y Jazzis se pelean entre ellos el dudoso privilegio de expresar la mayor cantidad de insensateces y mentiras. Cito estas publicaciones por que en ellas se basan la mayoría de nuestros críticos para recomendar las ofertas artísticas internacionales.

Nadie habla de Braxton, y las dos producciones mencionadas te hacen cuestionar muchas cosas del sistema. Pero el modo de producción capitalista no admite descontentos, un sistema en el que Braxton nunca encajó; y tampoco le molestó. Por años Braxton no se alimentó en todo el dia mas que con un pan de dulce y una soda. Cuando no lograba conseguir contratos (que era la mayor parte del tiempo) se iba al Parque Central de Nueva York y jugaba al ajedrez apostanto dinero, esto lo hacía tan bien que con las ganancias lograba pagar las cuentas.

Consulté en la red en cuanto a Dortmund y Basel y las dos producciones están al parecer fuera de edición. Algunos sujetos los tienen a la venta pero a precios algo fuertes (¡79 balboas!). Aparecen más discos de Braxton en el satélite pero mis recomendaciones descansan ciegamente en estas dos. Yo tengo copias, mas los originales los mantiene Chale Icaza, baterista panameño del bajo mundo, fácil de encontrar en San Felipe los fines de semana en los lugares de más dudosa reputación, especialmente La Casona.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Un día de circo (a la memoria de Ingmar Bergman 1918-2007)



Margot López



Circo Hermanos Roca, Panamá 2007

Uno puede pagar entrada preferencial y gastar un poco más, o pagar la más económica entrada general y asumir la incomodidad de los asientos mal ubicados, la masa de gente, el ruido, el olor a millo con cebolla… O se puede ser panameño y optar por la tercera vía, que es la de “inocentemente” pagar la entrada más barata y preguntar a la acomodadora con cara de quien acaba de comulgar: “dónde queda la sección preferencial”. Esa aparentemente es la versión circense de ‘pago boleto de 10 palos y me cuelo a la sección de 50 cuando nadie me ve, harto practicada en teatros como El Balboa y Anayansi.

En todo caso era evidente que estábamos ante un espectáculo a todas luces muy distinto al de los Hermanos Fuentes Gasca, troupe de cirqueros sufrida como pocas, que incursionó en tierras panameñas con un nefasto tino aquel viernes negro (hace ya 20 años) de lacrimógenas y balas que casi acaba con su famélico puñado de animales. Por una de esas cosas de la vida, cada vez que el bendito circo llegaba a la ciudad, se armaba algún pereque insurrecto. Don Saturnino Gasca, quien ahora reparte refrescos en bolsita en una carpa en Tepito, nos jura que se trataba de una maniobra de PETA para sacarlos del negocio.

Pero me aparto del tema en cuestión. Decía que era evidente que estábamos ante otro tipo de circo, desde que se dio inicio al espectáculo con las majestuosas notas musicales del tema de Monday Night Footbal de la cadena norteamericana ESPN/ABC. Con una sensación de que por algún lado iba a salir Howard Cosell en smoking, el anillo central (el único en este caso) se colmó con la presencia de los hermanos Roca-y digo se colmó porque aunque uno siempre asuma la vida de circo como una existencia sacrificada y muy dura, hay que reconocer que los tres hermanos lo que se dice hambre no estaban pasando. Vaya, cada uno ostentaba unas nalgas de rumbera que bien podían darle envidia a la domadora de gorilas mecánicos de 12 metros (que por cierto creo que también era una hermana Roca)-.

Debe ser que los Hermanos Roca están interesados en mantenerse al tanto con las nuevas generaciones, y de ahí sus mensajes de protección a los animales. Por ejemplo, en vez de torturar a un león amaestrándolo para el circo, disfrazan a un poodle con un traje de leoncito sin aberturas para ver o respirar. Hay quienes dirán que esto es cruel (siempre hay críticos), pero si consideramos que un poodle es mucho más pequeño que un león, creo que todos estaremos de acuerdo en que se trata de una tortura menor.

Por otro lado está el tema del reciclaje: el reciclaje de películas de Disney que nadie ha visto en 30 años, reciclaje de chistes que otros comediantes ya habían echado a la basura, reciclaje de alambre para pollos en la esfera de las motos de la muerte… en fin, nada es un desperdicio en manos de los Roca.

Sin duda el momento cumbre de la noche fue la presentación de ese clásico inolvidable, Blanca Nieves y los siete enanitos. El silencio era sobrecogedor entre el público. Tal era el nivel de atención, que uno podía escuchar la respiración colectiva, que a ratos sonaba de forma peculiar a ronquidos.

En todo caso, cómo explicar la emoción de escenas como aquella en que la bruja le pregunta a Blanca Nieves si se le antoja hacer un pastel. Esta le dice que ya hizo uno de piña, a lo que la bruja le contesta que los que están buenos de verdad son los de manzana. Y en eso me pongo a pensar que eso del pastel de piña (que asumo sería un volteado) sí que está curioso, porque la verdad es que en esos bosques europeos como que no se daba mucho la piña, pero en fin. La cosa es que la bruja le da la manzana y la otra se muere y nos anuncia una voz que sale como de la estratósfera que los enanos absortos con su belleza incluso en la muerte, deciden enterrarla en un delicado ataúd de cristal. Acto seguido se encienden las luces y vemos a Blanca Nieves en una colchoneta a duras penas apoyada sobre una caja destartalada de madera que minutos antes trasteaban los hermanos Roca en un sketch cómico (una vez más: reciclaje). Así que como buenos niños todos usamos nuestra imaginación para hacernos la idea del bellísimo ataúd de cristal. Qué bonita lección.

El cierre, como era de esperarse, fue espectacular. Y es que Producciones Hermanos Roca Internacional no mide límites. Para que vean como un humilde circo colombiano se enfrenta de tú a tú con cualquier estudio de Hollywood, presentando a un temible monstruo llamado King Kong (aparentemente se han hecho algunas películas al respecto), quien nos mantuvo en un suspenso de muerte los quince minutos que demoró desatascar a la gran bestia de la cortina en la trastienda.

Esperemos que actividades culturales como esta sigan enriqueciendo a nuestra juventud, apartándola del flagelo de la droga, y otros males del mundo. Tal vez la próxima vez alguien nos sorprenda con un feroz dinosaurio de origen japonés (Godzilla es un buen nombre, tomen nota) o la tierna y novedosa historia de una bella joven acosada por sus hermanastras, que encuentra el amor de un príncipe a través de un zapato extraviado.

miércoles, 6 de junio de 2007

Ocho apuntes alrededor de una feria



Alberto Gualde


Tanto se habló de la más reciente Feria del Libro, tantas palabras quejumbrosas o laudatorias fueron pronunciadas, que por contraste, pensé quedarme en absoluto silencio. Pero impulsado por amigos (¿perversos?, ¿malintencionados?) decidí, finalmente, realizar un aporte modesto a la creciente inundación de opiniones. Por razones profesionales me tocó estar casi todos los días en el recinto ferial, en ocasiones hasta doce horas seguidas. De esas intensas, asfixiantes y -en ocasiones- tediosas jornadas, transcurridas entre persecuciones implacables a escritores extranjeros, lecturas ocasionales, charlas con gestores, editores, funcionarios, lectores y aspirantes a todas las categorías anteriormente mencionadas, salen estos apuntes ligeros. En su cuarta edición, puede decirse sin lugar a dudas, que la Feria del Libro de Panamá es un evento consolidado, que atrae un amplio número de participantes ávidos por involucrarse en los mútiples eventos y encontrarse con estimulante material de lectura. Sin embargo, lo que podríamos considerar un extraordinario éxito participativo, no evita que existan diversos aspectos que resulta imprescindible mejorar. He aquí una reducida lista de comentarios y sugerencias esenciales.

1) Los libros y los precios. La oferta de este año no fue la mejor. Si bien los organizadores de la Feria no poseen el control total sobre la calidad de la oferta, podrían realizar un esfuerzo más intenso para ampliar la calidad y diversidad de los libros ofrecidos al público. Hay que destacar que España (país invitado) donó sus libros a la Biblioteca Nacional, por lo que será un asunto de paciencia el acceder a ellos, aunque sea en calidad de préstamo. Igualmente las ofertas de Santillana fueron importantes (cada ejemplar de la colección Punto de lectura estaba a $4.00). Además uno podía contar con el insólito placer de adquirir un libro de poemas del incombustible César Young por veinticinco centavos en el pabellón del INAC (aunque cuando se lo comenté, el poeta exclamó escandalizado: “¿me venden tan barato?”). Hubo ofertas interesantes en el pabellón peruano (invitado especial de la próxima edición de la feria) aunque su propuesta era escuálida en exceso. Por el lado opuesto, el stand del Fondo de Cultura Económica (México) ofrecía una interesantísima propuesta, pero a precios tan elevados, que muchos posibles compradores, entre los que me encontraba, creímos que los precios no estaban marcados en dólares sino en pesos mexicanos.


2) La organización. En términos generales se respiraba un aire caótico, apoyado con entusiasmo por un grupo de voluntarios (espero) cuya tendencia general era ignorarlo todo. Si llegaba una señora con una consulta sobre boletos regalados por embajadas o un animador infantil preguntaba por el horario de su presentación, la respuesta era invariablemente “no sé”. Una respuesta reiterada a lo largo de una infinidad de dudas que buscaban resolución. Además hubo detalles muy divertidos, como escuchar por los altoparlantes que la autora fulanita firmaría libros en el stand número 56, para luego descubrir que ningún stand tenía números visibles. Para futuras ediciones sería imprescindible una oficina o escritorio accesible (no una obscura habitación en el segundo piso con un descorazonador letrero que rezaba “sólo personal autorizado”) para resolver dudas y conflictos del público asistente. Del mismo modo, un espacio oficial y específico para resolver problemas con la prensa se hace más que necesario. Pero no quiero adelantarme.

3) Relaciones con la prensa. Entrevistar a alguno de los escritores asistentes se convirtió en una proeza. La organización no dispuso de un espacio para la realización de entrevistas y, lo que es peor aún, de un itinerario de prensa para los escritores participantes, que estaban tan despistados como los propios periodistas que buscaban recoger sus impresiones. Muchas veces, los organizadores ni siquiera podían responder sobre si algún autor había llegado a Panamá. Entonces tocaba buscar información de cualquier modo, imperando la táctica de la bola y el bochinche: “me dijo en el baño un vendedor de la editorial X que el escritor fulanito no va a venir”. Al final, los resultados dependían de la propia habilidad del periodista para destacar en el arte de la búsqueda insistente y la supervivencia ferial, y en ocasiones de la gentileza organizativa y la buena voluntad de editoriales como Santillana o funcionarios diligentes, como los de la Cámara del Libro de España.

4) Los autores. Seamos honestos: no fue la mejor cosecha. Extrañamos algún autor de la talla de Carlos Monsivais, participante estelar en la edición anterior. Además la elección de España como país invitado sugería posibilidades que a la larga no se cumplieron. Entre la presencia española hay que destacar a Javier Reverte, un autor de bajo perfil, pero poseedor de estupendos libros de viaje y de una personalidad chispeante que supo alegrar los eventos en los que participó. Otro autor relevante fue el lúcido narrador, poeta y ensayista colombiano William Ospina quien presentó su novela histórica Ursúa, dueña de un lenguaje de altísimo calibre poético. Creo que si se consigue un compromiso más intenso por parte de las embajadas, en la próxima edición podríamos tener un número mayor de autores cualitativos de procedencias diversas.

5) Los espacios. En general la distribución espacial de la feria es abigarrada en exceso. En esta edición solo España formuló un espacio amplio, que incluía mesitas y butacas para que el público leyese. Aquí hay una clave. Es evidente que el planteamiento español representa un lujo que únicamente se puede dar quien no vende sus libros. Pero la feria podría ofrecer espacios de lectura para aquellos que luego de adquirir un determinado texto, desean entregarse a una fogosa lectura inaugural. Es decir, que se podría buscar “espacios-respiradero” como una suerte de pausa en medio del vértigo apretado, propio de una feria de este tipo.



6) La comida. Los dos puestos para comer eran atroces. Se hace imperativo un lugar donde los asistentes puedan detenerse y disfrutar algún mínimo placer gastronómico. No basta con comer de pie algunos equivalentes a carne en palito (pollo en palito y salchicha en palito) acompañados de frituras diversas, que dicho sea de paso, dejaban el recinto ferial con un profundo aroma de fritanga y fogón, sin duda muy adecuado para espacios al aire libre, pero algo sofocantes y espesos en un recinto ferial cerrado. Además a medio día los diferentes vendedores de los stands comían sobre los libros, generando una imagen poco apropiada y peligrosa para la integridad de los ejemplares expuestos a la inminente amenaza de manchas de mondongo. ¿No sería posible habilitar un espacio que funcione como cafetería dentro de las inmensas entrañas del Centro de Convenciones Atlapa?

7) Los eventos Daba la impresión que los organizadores padecen un severo caso de horror vacui. Todas las salas habilitadas de Atlapa presentaban eventos de manera simultánea. No importaba si tres eventos estelares quedaban a la misma hora o si en algunos momentos tocaban tres plomazos simultáneos, incluidos con el fundamental propósito de rellenar espacios. Pero programar tres eventos atractivos a la misma hora es un acto de crueldad para un público que muchas veces intentaba multiplicarse, obviamente sin conseguirlo. Hay que destacar eventos que contaron con apoyos organizativos extra-feriales (tanto individuales, como por parte de algunas embajadas). Ejemplos destacados fueron la presentación de la narradora nacional Consuelo Tomás y el conversatorio sobre García Márquez (obviamente programados a la misma hora).


8) El protocolo y despedida. Muchos autores panameños se quejaron amargamente por diversos desplantes y situaciones no muy placenteras por parte de la organización. No sé si tomarlos demasiado en serio, porque muchos de ellos son expertos cultores del arte de la queja. Debo señalar, sin embargo, que las entradas para moderadores, participantes oficiales o periodistas eran casi imposibles de conseguir. Pero hubo una situación que definió a la perfección el concepto de infierno protocolar. Una escritora española, posiblemente una de las “estrellas” supremas (para bien o para mal) de la feria, participaba en un coloquio al que asistí. Poco antes de empezar, la autora solicitó una soda para refrescarse. La respuesta de la persona que representaba a los organizadores fue austera, lacónica, desértica: “no hay”. En ese momento escuché a más de uno de los asistentes proponer que esa se convirtiese en la frase símbolo de la feria: “NO HAY”, compitiendo estrechamente con “NO SÉ”. No creo que sea lo más ajustado a la bullente realidad de la Feria. Pero igualmente tampoco creo que el infatigable entusiasmo de los asistentes alcance para sostener, defender y proyectar un evento cultural que debería convertirse en emblema de posibilidades y espacio de expresión, intercambio e inteligencia.

martes, 24 de abril de 2007

Borrigueros






Pepe Lowry




1

Caminaba por Obarrio en medio de un mediodia ardiente, cuando nos topamos por sorpresa. Yo recorría la acera tratando de no tropezar o no derretirme, mientras pensaba en los diversos tipos de cerveza que podría tomar para evitar un meltdown físico y mental. En cuanto a él, no sé que hacía o cuales fueron las razones para abandonar su subterránea madriguera. Puedo decir que tenía tonalidades diversas y contrastantes, entre las que destacaba un azul-verde reluciente. Asomó la cabeza y luego emergió su cuerpo de lagarto. Nos miramos bajo un sol tan esplendente como repulsivo. No había nadie más en la calle. Nos mantuvimos inmóviles por largos segundos. Hasta que el borriguero se deslizó una vez más hacia los fondos de su madriguera armada en un espacio de la irregular acera. Desapareció en un espacio de sombras envidiadas en el día más caliente de un año que promete calores insufribles.
Y mientras seguí mi camino intenté calcular cual había sido la última vez que me encontré con un borriguero en la ciudad. Sin duda habían transcurrido años. Pese a que la capital panameña está plagada de vida salvaje con la que interactuamos de mil maneras. Para muestra los árboles detrás de mi apartamento (en medio del área bancaria), en los que anidan gavilanes que persiguen a sagaces ardillas. Sin ir más lejos la otra noche conversaba con el guachimán del edificio y cayó un loro muerto sobre nosotros. Un loro inmenso y tibio, seguramente víctima de vejez o infarto fulminante. Eso sin contar monos, zorras, armadillos, moviéndose entre elevados edificios, además de las plantas tenaces que irrumpen y atraviesan las aceras o muros de las casas.
Pero la presencia de los borrigueros fue decreciendo. Hace 20 o 30 años podías verlos atravesar solares o baldíos a toda velocidad, como centellas coloridas en medio de una maleza hiriente. No sé si la llegada de los gecos (reptiles mucho más pequeños, que supuestamente arribaron en un barco y, aprovechando los beneficios de los trópicos, se instalaron y multiplicaron en las casas panameñas para terror de los insectos y deleite de los gatos) fue una especie de hipotético reemplazo reptil. Pero ese mediodía ver un borriguero adulto, grande, veloz y colorido, fue el equivalente a encontrar un unicornio en medio de la ciudad acalorada.


2


Ese mismo día, unas horas más tarde, recibí un e-mail terrible.
Me anunciaban el cierre irrevocable de Tonic, el buque insignia de la vanguardia musical neoyorquina. Ubicado en el Lower East Side de Manhattan, Tonic llevaba diez años de exploración musical, proponiendo un epacio para la aventura y la creatividad. En 1998, Tonic se ubicó en el mapa de la improvisación y la vanguardia, cuando el legendario John Zorn tocó durante dos meses contínuos, utilizando diferentes line-ups en sus noches de música en vivo. Pero Zorn no fue el único. Con el tiempo Tonic se convirtió en el antro preferido de músicos espléndidos como Elliot Sharp o Marc Ribot, quién de paso lideriza la organización Take it to the Bridge, que busca lograr mayor financiamiento por parte de las autoridades culturales de la ciudad de Nueva York para la música experimental.
Supongo que a estas alturas, los más inquisitivos se preguntarán las razones por las que cerró Tonic. Simple. Desde hace un tiempo el Lower East Side, barrio originalmente habitado por inmigrantes y gente de la clase trabajadora, así como por sus célebres malandros, cayó en un proceso conocido en inglés como gentrification. Esto quiere decir que un barrio o zona urbana deteriorada pasa por un proceso de revalorización y renovación y sus espacios son paulatinamente habitados por gentes de mayores recursos, fenómeno que usualmente desplaza a los antiguos inquilinos, que entre otros males, se ven incapacitados de pagar los elevados precios de los alquileres, impuestos y servicios en sus barrios “mejorados”. Nuestro ejemplo más cercano es el barrio de San Felipe.
La creación de lujosos condominios, hoteles-boutique y restaurantes de lujo en el Lower East Side ha venido significando la muerte lenta pero segura de muchos locales que llamaremos “alternativos” a falta de mejor nombre. Alt Coffee, Sin-é o el legendario CBGB (cuna del más salvaje y mejor punk norteamericano, espacio vivo de los Ramones, Television, Blondie ) que cerró el 15 de octubre del 2006 con un toque de la fabulosa Patti Smith junto a selectos invitados. Los sucesivos aumentos de alquiler e impuestos obligan al éxodo de locales que apenas viven con las uñas. Y a estas trabas hay que sumar los comités de vecinos que van surgiendo en esta zona. Son grupos poderosos que definen las normas de vida “aceptables” y “dignas” para las nuevas comunidades del Lower East Side.
De eta forma, y con un alquiler que duplicó en poco tiempo su precio, Tonic fue sentenciado. El 13 de abril pasado John Zorn guió una fiesta de improvisación musical con docenas de invitados. Cerró DJ Spinoza con una parranda electrónica que no paró hasta el amanecer. En la tarde del 14, Marc Ribot, junto al público más resistente y feroz, desafió el desalojo. Mientras terminaba de tocar una versión acústica de The Nearness of You, Ribot fue esposado y llevado a la comisaría más cercana. Eran las cinco de la tarde. Tonic moría.
Aunque para no ser enteramente lúgubre debo decir que hay intenciones optimistas de llevar los espacios de música alternativa a Brooklyn. Probablemente Tonic emergerá en una nueva guarida, entre las esquinas rotas y afiladas de cualquier acera, exactamente igual al escondite de un resistente, urbano, borriguero panameño.

domingo, 8 de abril de 2007

300 o “Esta noche cenaremos en el infierno”…así que a depilarse el pecho chicos.











300 (EEUU, 2007)
De Zack Snyder



Margot López

Una extraña controversia acompañó el estreno de la película 300, épica basada en el cómic de Frank Miller, a su vez inspirado en la guerra de las Termópilas entre espartanos y persas.
En la conferencia de prensa, la primera pregunta lanzada por un ávido reportero fue: “¿Quién representa a George Bush: Leónidas o Xerxes?”
Pues no será la primera vez que la crítica encuentre paralelismos entre un cómic y las posturas políticas de una época. Pero en este caso, les creo a los autores del filme cuando alegan que no había intención en ellos de generar un comentario alrededor de la guerra norteamericana contra el terrorismo, la reciente invasión a Irak, o incluso la posibilidad de que la administración de Bush inicie una ofensiva contra Irán.
El problema fundamental del filme no tiene que ver con posturas políticas, sino con una inusual torpeza en narrativa cinematográfica, particularmente para una producción avalada por un gran estudio como Warner Brothers, al cual la película le salió a precio de ganga gracias a la utilización de actores poco conocidos y a que todas las locaciones fueron creadas por computadora. Incluso el vestuario les salió barato porque se lo pidieron prestado a la producción de Roma, la miniserie de HBO.
Evidentemente también les salió a dos reales el director, guionista y editor, los cuales parecieran haberse conocido todos en un club de Rol, por el infantilismo con el que manejan la historia. Cinco minutos en la película, y ya la voz en off empezaba a irritarme, con esa insistente torpeza de tratar de explicar todo lo que no saben representar visualmente. Y aún con los interminables, innecesarios y grandilocuentes parlamentos, no logran aclarar en lo absoluto a qué se debe el conflicto en primer lugar. Si nunca hubiese leído sobre la guerra en cuestión, habría salido del cine convencida de que el combate se realizó entre un club de peluqueros con abdominales hiper-desarrollados y unos amanerados invasores asiáticos.
La batalla parece desarrollarse con el mismo esquematismo de un juego de video: Primero, ganas puntos por cada persa que matas. Cuando acabas con la primera oleada de soldados, pasas al siguiente nivel, el rinoceronte peludo. Luego vienen los elefantes pastosos, el gigante dientón y en el proceso, si logras tocarle el trasero a alguno de tus compañeros, te regalan una vida.
Así de esquemático se plantea el conflicto, porque incluso cuando Leónidas se llena la boca proclamando su lucha por la libertad, ¿ustedes realmente creen que el público promedio tiene la más remota idea de lo que está hablando? Después de todo, lo primero que nos dicen de los espartanos (los héroes en este caso), es que cualquier bebé que no fuese físicamente perfecto era “descartado”, y con eso no quiero decir que no lo consideraban para abanderado del desfile de fiestas patrias. Ergo, estamos hablando de una cultura profundamente fascista, cosa que recalca el filme cuando conocemos la historia del jorobado que sobrevive porque sus padres huyeron con él de Esparta antes de que lo mataran. Bueno, y qué decir de los orgullosos y perfectos cuerpos de los soldados espartanos. Su grito de guerra podría haber sido el slogan de Braniff en los años 70: “If you got it, flaunt it”, y de ahí la razón de luchar todas sus batallas en speedos y capas rojas.
En cuanto a la forma de percibir a los persas (actuales iraníes), hay que acotar que toda la película se narra desde el punto de vista de los espartanos, los cuáles no paran de decirnos lo perversos que son sus rivales, pero aparte de un elegante “árbol de empalados” que los persas construyen con los pobladores de una aldea, no hay otra escena que los muestre como más crueles que los propios espartanos (árbol de empalados –vs- montaña de cadáveres de recién nacidos = empate). Solo las palabras de estos últimos sirven de garantía en contra de los poderosos persas. Si vamos a juzgarlos por lo que el filme muestra, como mucho se les puede acusar de un mal trabajo de piercing.
Luego está el tema de la cámara lenta. Casi podría apostar que el equipo de post-producción terminó de editar la primera versión de 300 y se dieron cuenta de que solo duraba 45 minutos. Entonces para hacerla calificar como largometraje decidieron ralentizar todas las escenas sin diálogo para estirar un poco el asunto. Esto, entre otras cosas, genera escenas en donde inadvertidamente se empieza a construir una tensa anticipación que aterriza como clímax en un insulso diálogo de lo más trivial.
Al final, la película, más que una historia, parece una sucesión de hermosas estampitas de un homoerotismo softcore. La última escena en la que aparece el ejército espartano, en esa suerte de representación de San Sebastián multiplicado, no tiene pierde.
Probablemente ante esta falta de contenido es que la gente ha tratado de suplir su propia interpretación, haciendo un paralelismo con la administración Bush y su política hacia el mundo árabe. Es fácil querer ver a la derecha norteamericana retratada es ese insoportable triunfalismo que muestran los espartanos en 300, cosa que por cierto es una traición a la teoría aristotélica y a la falla trágica que todo héroe, como ser humano, debe sobrellevar. Estos irritantes espartanos nunca dudan, nunca temen y por supuesto nunca logran que nos identifiquemos con ellos.

domingo, 25 de marzo de 2007

La reinvención de Colón



Alberto Gualde


No es la primera vez que la ciudad de Colón es utilizada como marco literario por notables autores extranjeros. Basta recordar las aventuras de Frieda Copperfield con una joven prostituta colonense en Dos damas muy serias, de la norteamericana Jane Bowles. Pero Varamo (Anagrama, 2002) novela del argentino César Aira va mucho más lejos.
La obra narrativa de César Aira reclama a un lector cómplice. Para adherirse a su senda fabuladora hay que estar listo para internarse en una serie de rupturas que afectan todo tipo de convenciones, sean geográficas, intelectuales o literarias. En Varamo Aira ambienta su personalísimo mundo interior en la ciudad de Colón, precisamente durante 1923. De hecho toda la novela ocurre a lo largo de un solo día. Aira nos guiña un ojo literario haciendo referencia a novelas fundamentales que lo antecedieron (más específicamente Ulises de Joyce que transcurre a lo largo del célebre Bloomsday -16 de junio de 1904- ; o la estupenda Bajo el volcan de Malcolm Lowry en la que se narra el último día del atormentado y ebrio personaje autobiográfico del narrador inglés durante un Día de Muertos en México). Pero Aira escapa a la seriedad, profundidad, realismo y morbidez que permean las magníficas páginas de esas dos ilustres predecesoras.
Aira es un autor intensamente prolífico, proteico, fantasioso, inventivo. En sus incontables (y cortas) novelas no duda en hacer coexistir signos en apariencia irreconciliables. Permanece ajeno a la veracidad más superficial, mientras abraza todas las combinaciones que sugiere su capacidad fabuladora. De esta forma, en sucesivas invenciones, reinventa las coordenadas de Buenos Aires o de los Alpes (o de Colón) con total desfachatez.
Varamo, el protagonista absoluto de la obra, es un funcionario panameño mediocre y rígido, que un día, y de manera equidistante al prodigio, escribe la obra cumbre de la literatura vanguardista centroamericana. Aira desmenuza esas 24 horas y nos explica los factores que influyeron para que un hombre de costumbres austeras desarrollase una obra de cualidades extraordinarias, sin haber mostrado signos de interés literario, ni habilidades creativas, en ninguna parcela de su vida anterior a ese día.
Evidentemente, la ironía campea en las explicaciones de Aira. Pero no viene sola. Hay un barroco vívido que habita las líneas del autor argentino; un barroco cargado de humor, que llega a rozar el disparate y genera inevitables carcajadas en el lector cómplice. El fabulador argentino se complace jugando. Hay un reclamo lúdico que está por encima de todo. Estoy casi seguro que Aira jamás pisó Colón. Pero de alguna manera fue capaz de intuir a través de su vertiginosa capacidad de invención ciertas coordenadas colonenses, entre ellas, su “rivalidad” con la ciudad de Panamá (presentada en la novela no como factor económico sino político).
La novela transcurre en unas pocas calles (inventadas) de Colón y en la mente de un funcionario público aficionado a embalsamar animales pequeños. Al final, Varamo se trata de una historia no apta para adictos al realismo o lectores con fijaciones historicistas. Este es un Colón imaginado, pero no por ello menos poderoso y genuino que aquel enganchado a las raíces de la realidad. Una vez más la literatura se muestra capaz de reinventar la realidad o de responder a ella con fuerza insólita capaz de sostener un imaginario que roza la corrosión y el deliriro.
Y justamente gracias a esa poderosa inventiva, Colón guarda, expone y proyecta en las páginas de Varamo mucho de su misterio y de su poética hermandad con el mar.

(Nota: La imagen corresponde a la ciudad de Colón. Foto de Margot López)

domingo, 18 de marzo de 2007

Crónica desde Boquete





Eduardo Irving



El Segundo festival de Jazz de Boquete resultó ser una buena experiencia tanto en el aspecto logístico como en su parte musical. Este año tuvo lugar entre el jueves 1 de febrero y el l domingo 4 del mismo mes; y fue una mezcla curiosa de artes plásticas, programas de jazz radiales, conferencias auspiciadas por los artistas, grupos de jazz tanto de la ciudad de Panamá como de la ciudad de David y el Gianni Bardaro Sinestetic Jazz, agrupación que vino de Dinamarca especialmente para el evento. El nivel musical fue bueno. El festival estuvo dedicado al saxofonista panameño Carlos Garnett que con su grupo de músicos panameños tocaron el viernes 2 precedidos por el Dubarrán jazz trío de la ciudad de David. Las dos intervenciones lanzaron chispas. Por supuesto que Garnett es un viejo lobo con un buen dominio del difícil lenguage jazzístico y prácticamente en cualquier esquema hace de las suyas. En esta ocasión no fue diferente. Garnett estuvo acompañado por su actual grupo de trabajo, con Juan Carlos de León en el piano, Chale Icaza en la batería y Eduardo Crócamo en el contrabajo. Después del concierto los músicos y el público buscaron avenidas para comentar los sonidos suscitados. Fue muy gratificante escuchar jazz dentro de un ambiente que huele a murciélago y pinos, con la proximidad del hermoso río Caldera. El mismo pueblo de Boquete es chico pero con mucha personalidad. La gente, que es una mezcla de chiricanos, canadienses, gringos, europeos e indios guaimies, ha logrado una fórmula explosiva en donde no hay que fumar monte para pasarla bien.

El sábado 3 me levanté muy feliz de estar en un entorno afín a la mentalidad del artista: buen aire y muchos árboles altos, con iguanas, víboras y algunas especies no clasificadas. Desayuné temprano en una fonda-restaurante y como todo aquí me sorprendió: grandes trozos de tasajo (carne seca ahumada) tan deliciosa que debería ser humana, pedazones de queso blanco fresco, crema de maíz y dos tazas de café. A las tres de la tarde eran las pruebas de sonido para los grupos Blue Note Jazz Quartet y el Gianni Bardaro Sinestetic Jazz. El Blue Note es un grupo con cancha, responsable y entregado a interpretaciones intensas, dueño de un sonido peculiar y la variable de que en vez de bateria utilizan percusión latina. El estilo de Gianni Bardaro era algo que no me esperaba. Con esto del eurotecno y que a muchos músicos les importa más figurar y salir en el periódico que interpretar buena música, me esperaba algo bien comercial con algún que otro mérito musical. Bueno, otra sorpresa. Estos músicos comían candela. Las piezas eran en su mayoría originales y los arreglos propios del grupo. Todos tocaban muy bien, hasta los mas jóvenes. A las ocho y media inició el concierto ante un espacio repleto y los dos grupos dieron todo, no guardaron nada para más tarde, y claro que el público se sintió satisfecho. Pagas 18 balboas y no quieres sobre el escenario artistas pensando en cómo se les ve la ropa o en qué van a almorzar al día siguiente. El verdadero músico se inmola, muere en escena cada noche, para que el público trascienda, aunque sea un momento y pueda ver mas allá de su monótona existencia. A la salida, cada uno partió hacia donde pudiera seguir viviendo, respirando y comentando esta música, que además de ser muy especial, vive un lento pero seguro, proceso de expansión en Panamá.

El domingo 4 las presentaciones se realizaron en el gazebo del parque central de Boquete. Alrededor del mediodía se presentaron el Gianni Bardaro Sinestetic Jazz, seguidos de un trío de la capital, el grupo orquestal Gatma y la Banda Sinfónica de la Universidad de Chiriquí. Estos últimos no los escuché ya que la logística preparada exigía que me pusiera en ruta de retorno a Panamá en el bus que partía desde David a las tres de la tarde. Lo mas duro fué el viaje. Son horas interminables en las que dudé entre seguir o tirarme por la ventana. Pero es parte del peregrinaje y quizás el evento no hubiera resultado tan trascendental si todo fuera perfectamente cómodo. Varios comercios fueron muy generosos con el festival. Todos los músicos se alojaron en hoteles de primera, con desayuno, almuerzo y cena también de primera. Betsaida, la encargada del transportarlos, realizó un formidable trabajo. La comunidad entera ayudó de distintas maneras. Hasta los que no tenían nada que ver, o bien no les interesaba el jazz, fueron amigables y se mostraron gustosos de ver caras nuevas. Este es un festival con bríos, sin ánimos de promover personalidades excesivas (la organización es practicamente anónima) y se merece una continuidad que le permita seguir cosechando éxitos.