martes, 24 de abril de 2007

Borrigueros






Pepe Lowry




1

Caminaba por Obarrio en medio de un mediodia ardiente, cuando nos topamos por sorpresa. Yo recorría la acera tratando de no tropezar o no derretirme, mientras pensaba en los diversos tipos de cerveza que podría tomar para evitar un meltdown físico y mental. En cuanto a él, no sé que hacía o cuales fueron las razones para abandonar su subterránea madriguera. Puedo decir que tenía tonalidades diversas y contrastantes, entre las que destacaba un azul-verde reluciente. Asomó la cabeza y luego emergió su cuerpo de lagarto. Nos miramos bajo un sol tan esplendente como repulsivo. No había nadie más en la calle. Nos mantuvimos inmóviles por largos segundos. Hasta que el borriguero se deslizó una vez más hacia los fondos de su madriguera armada en un espacio de la irregular acera. Desapareció en un espacio de sombras envidiadas en el día más caliente de un año que promete calores insufribles.
Y mientras seguí mi camino intenté calcular cual había sido la última vez que me encontré con un borriguero en la ciudad. Sin duda habían transcurrido años. Pese a que la capital panameña está plagada de vida salvaje con la que interactuamos de mil maneras. Para muestra los árboles detrás de mi apartamento (en medio del área bancaria), en los que anidan gavilanes que persiguen a sagaces ardillas. Sin ir más lejos la otra noche conversaba con el guachimán del edificio y cayó un loro muerto sobre nosotros. Un loro inmenso y tibio, seguramente víctima de vejez o infarto fulminante. Eso sin contar monos, zorras, armadillos, moviéndose entre elevados edificios, además de las plantas tenaces que irrumpen y atraviesan las aceras o muros de las casas.
Pero la presencia de los borrigueros fue decreciendo. Hace 20 o 30 años podías verlos atravesar solares o baldíos a toda velocidad, como centellas coloridas en medio de una maleza hiriente. No sé si la llegada de los gecos (reptiles mucho más pequeños, que supuestamente arribaron en un barco y, aprovechando los beneficios de los trópicos, se instalaron y multiplicaron en las casas panameñas para terror de los insectos y deleite de los gatos) fue una especie de hipotético reemplazo reptil. Pero ese mediodía ver un borriguero adulto, grande, veloz y colorido, fue el equivalente a encontrar un unicornio en medio de la ciudad acalorada.


2


Ese mismo día, unas horas más tarde, recibí un e-mail terrible.
Me anunciaban el cierre irrevocable de Tonic, el buque insignia de la vanguardia musical neoyorquina. Ubicado en el Lower East Side de Manhattan, Tonic llevaba diez años de exploración musical, proponiendo un epacio para la aventura y la creatividad. En 1998, Tonic se ubicó en el mapa de la improvisación y la vanguardia, cuando el legendario John Zorn tocó durante dos meses contínuos, utilizando diferentes line-ups en sus noches de música en vivo. Pero Zorn no fue el único. Con el tiempo Tonic se convirtió en el antro preferido de músicos espléndidos como Elliot Sharp o Marc Ribot, quién de paso lideriza la organización Take it to the Bridge, que busca lograr mayor financiamiento por parte de las autoridades culturales de la ciudad de Nueva York para la música experimental.
Supongo que a estas alturas, los más inquisitivos se preguntarán las razones por las que cerró Tonic. Simple. Desde hace un tiempo el Lower East Side, barrio originalmente habitado por inmigrantes y gente de la clase trabajadora, así como por sus célebres malandros, cayó en un proceso conocido en inglés como gentrification. Esto quiere decir que un barrio o zona urbana deteriorada pasa por un proceso de revalorización y renovación y sus espacios son paulatinamente habitados por gentes de mayores recursos, fenómeno que usualmente desplaza a los antiguos inquilinos, que entre otros males, se ven incapacitados de pagar los elevados precios de los alquileres, impuestos y servicios en sus barrios “mejorados”. Nuestro ejemplo más cercano es el barrio de San Felipe.
La creación de lujosos condominios, hoteles-boutique y restaurantes de lujo en el Lower East Side ha venido significando la muerte lenta pero segura de muchos locales que llamaremos “alternativos” a falta de mejor nombre. Alt Coffee, Sin-é o el legendario CBGB (cuna del más salvaje y mejor punk norteamericano, espacio vivo de los Ramones, Television, Blondie ) que cerró el 15 de octubre del 2006 con un toque de la fabulosa Patti Smith junto a selectos invitados. Los sucesivos aumentos de alquiler e impuestos obligan al éxodo de locales que apenas viven con las uñas. Y a estas trabas hay que sumar los comités de vecinos que van surgiendo en esta zona. Son grupos poderosos que definen las normas de vida “aceptables” y “dignas” para las nuevas comunidades del Lower East Side.
De eta forma, y con un alquiler que duplicó en poco tiempo su precio, Tonic fue sentenciado. El 13 de abril pasado John Zorn guió una fiesta de improvisación musical con docenas de invitados. Cerró DJ Spinoza con una parranda electrónica que no paró hasta el amanecer. En la tarde del 14, Marc Ribot, junto al público más resistente y feroz, desafió el desalojo. Mientras terminaba de tocar una versión acústica de The Nearness of You, Ribot fue esposado y llevado a la comisaría más cercana. Eran las cinco de la tarde. Tonic moría.
Aunque para no ser enteramente lúgubre debo decir que hay intenciones optimistas de llevar los espacios de música alternativa a Brooklyn. Probablemente Tonic emergerá en una nueva guarida, entre las esquinas rotas y afiladas de cualquier acera, exactamente igual al escondite de un resistente, urbano, borriguero panameño.

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